
¿Niña pez?
Marinera, no. Tiburón, no. Ser pez, considerarme pez. Verme a mí misma como una niña pez me hace sonreír.
Estábamos trabajando en Boicot Café y le pregunté a Sergio: si tuvieras que describirme con una sola palabra ¿Cuál sería? Me dijo que me espere, algo estaba redactando en su computadora. No me esperé y me respondí a mí misma: la palabra sería pez.
Me llamo Angelica Cano. Nací y crecí en Mérida, Yucatán, una ciudad por la cual nunca sentí apego, ni ahora que me encuentro lejos. Honestamente no sé por qué, pero intentaré descubrirlo en las siguientes palabras:
Podría ser que me importan más los espacios que habité con mis abuelos y esos espacios serían sus casas, no Mérida.
Podría ser que no tengo buenos recuerdos asociados con la palabra Mérida, mi mente recurre solo a las malas experiencias.
Podría ser que mis memorias felices tienen lugar en la costa y no en la ciudad, y mi mente hace un ejercicio de comparación en el que descarta a Mérida como lugar feliz.
Podría ser que me fijo en lo más cercano a mí, en los lugares que recorrí y que hice míos, esos lugares serían mi kinder, mi primaria, mi secundaria, la prepa un poco menos y la universidad ya casi nada, pero nunca Mérida. El parque de la alemán, el parque de brisas, las rampas. El deportivo Benito Juárez, el Kukulcán. Los veo como entes separados, lugares que me dieron mucha alegría y me acercaron a las mejores personas de mi vida, pero no los considero Mérida.
Mérida es conflictiva para mí, no es esa ciudad blanca, segura, bonita y cultural de la que la mayoría de personas habla. Muchas veces me juzgo por pensar de esta manera, por no sentir amor hacia el lugar en donde nací. Lo quiera o no, soy lo que soy por transitar sus calles, por comer su comida, por ser de ahí.
Pero no me mal entiendan, permítanme explicarles mejor, yo amo mis raíces. Es Mérida como institución, como gobierno, como pensamiento general lo que me repele, sin embargo celebro con mucho orgullo mi Yucatequés, adoro que mi lenguaje esté empapado de palabras y expresiones mayas, siempre voy a preferir mi hamaca a cualquier cama, cada Octubre anhelo comer pib, y verdaderamente me hacen mucha falta los mariscos yucatecos. Bien dicen que no hay nada como el hogar, y ahí sí, ahí sí mi hogar es la costa yucateca.
Soy esa niña que vivió cada semana santa, verano, y cuanta vacación se cruzara en el camino, en la playa. Mi cuerpo se acostumbró a quedarse mojado y salado, a caminar descalzo, a ser picado por los mosquitos, a dormir entre mar y mar, mar al salir el sol, mar de mañana, mar de tarde, playa de noche. No tenía caso bañarse si en un rato iría nuevamente a nadar al mar, y así crecí. Cereal de desayuno y directo al mar. Era mi razón.
Con el tiempo pude encontrar la manera de ir cada vez más seguido a la playa. Ya no tenía que esperar a que fueran vacaciones o a que mis papás quisieran ir. Empecé a moverme por mi cuenta, en autobús, en el coche de algún amigo, en grupo, o sola. De pasadía, o por temporada, cuando yo quisiera. Así me convertí en una niña pez.